viernes, marzo 14, 2014

De los cumpleaños, festejos y conductas que no entiendo.


Pocas veces, me he puesto a considerar la importancia de los cumpleaños.
 

¿Cómo son?
¿Son dignos de recordar?
¿Hay algo relevante?
¿Te marcan para toda la vida?
¿Solo valen la pena por los regalos?

No pongo en debate si se deben festejar, o imponer en qué manera la gente debe ocupar estos días durante el transcurso de su vida; mi duda es: ¿Son indispensables las fiestas infantiles?

Para empezar hago la mención de que voy a apadrinar una fiesta de 3 años. En contraste a lo que he escrito sobre fiestas religiosas, me gustan aquellas que presentan una parte de ritual (excepto las bodas, por aquel ridículo detalle de lo puro y virginal en la novia). Este evento me parece un poco congruente, en el sentido que se presenta al infante como un individuo puro, ingenuo, una nueva esperanza; hasta ese punto me parece... bien.

Como todo adulto serio (que no recuerda nada de sus 3 años), comienzo a cuestionar cuando la gente  se excede con los festejos; y una vez más, les concedo el detalle de realizar una convivencia, de pasar tiempo con los parientes, que el festejado tenga la oportunidad de presenciar un día magno con muchos involucrados; sin embargo, que pasa cuando la fiesta tiene una congregación más adulta o se vuelve un pretexto de alardeo de  los padres o se exhibe el síndrome de las señoras de sociedá.  

Francamente me amarga, cuando la celebración de la humildad en un pequeño: se hace acompañar de pompa, derroche, payasos, botargas, luces, sonido... o cualquier cosa que alivie las compulsiones de adultos con poca autoestima.   



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